EPÍLOGO PRIMERAS IMPRESIONES
SARA
El sol se filtraba entre las persianas como finos dedos cálidos y sinuosos, acariciándonos en los últimos minutos de un sueño demasiado largo. El verano se sentía en la delicada capa de humedad que impregnaba nuestras pieles.
Los días y las noches se fusionaban en una línea muy delgada casi imperceptible. No había tiempo para aburrirse.
Rodrigo permanecía dormido a mi lado, con su cuerpo pegado al mio, en un abrazo que nos mantenía entrelazados. Notar el suave movimiento de su pecho en cada respiración, llenaba los segundos de una felicidad que aún hoy me parecía irreal.
Me levanté con cuidado, aparté su brazo de mi costado y tras enfundarme en un etéreo vestido blanco, que había quedado tirado en el suelo tras nuestra última noche, me perdí en el baño.
Demasiadas cosas se habían interpuesto entre nosotros y ahora cuando echaba la vista atrás y pensaba en todo ello, tenía la sensación de que tras tanto sufrimiento, tan solo nos merecíamos esto que había ahora mismo. Besos, caricias, tiempo de risas y esa felicidad que flotaba en el aire, como un buen perfume.
Al salir de la ducha renovada y espabilada por completo, encontré a Rodrigo incorporado en la cama, mientras miraba el móvil con el ceño fruncido que tan bien conocía.
—Buenos días. —Susurró levantando la mirada de la pantalla.
—Buenos días, dormilón. Vamos a llegar tarde —apremié, colocando un beso en la mejilla de Rodrigo. Aunque él no permitió que quedara solo en eso.
Me rodeó entre sus brazos y nos besamos con el mismo ardor con el que lo habíamos hecho cada día desde que nos conocimos.
Nuestro beso se interrumpió tras un suspiro frustrado de Rodrigo, ambos sabíamos que no podíamos dejarnos llevar o nos perderíamos la comida.
—Y si nos quedamos y…
—Ya sabes que no podemos, nos esperan para comer.
Volvió a suspirar y se levantó completamente desnudo, mientras me tendía el móvil.
—Creo que deberías ver lo que estaba leyendo —añadió, depositando el aparato en mi mano, luego se perdió en el baño.
La pantalla del teléfono mostraba una noticia, coronada con una enorme imagen de Lidia y Mario sobre un titular que me dejó con la boca abierta.
¿Se casaban?
En la imagen se podía observar a Lidia en un primer plano con una sonrisa enorme, levantando la mano parcialmente sobre su cara, para mostrar el enorme pedrusco engarzado en su anillo de oro. Un poco más atrás, en su segundo plano, se podía ver a Mario con talante menos feliz y mirada perdida.
Era curioso, al final daba la impresión de que Mario se había pillado los dedos con su propio plan. Lidia había conseguido lo que quería, pero no tenía claro que él también lo hubiera logrado.
Rodrigo no tardó en salir del baño, vestido y listo para marchar.
Ninguno de los dos comentó nada más sobre Mario. Estaba todo dicho, había sido un mentiroso y un interesado y al final iba a tener una vida miserable e infeliz junto a una persona a la que no amaba. Era su propia elección.
Salimos por la escotilla, el sol nos cegó durante unos segundos.
El barco estaba atracado en el puerto de Portofino, un pequeño pueblo costero de Italia que era como un paraíso perdido entre aguas claras y montañas engalanadas de verde.
Al principio de nuestro viaje, me había costado acostumbrarme al vaivén perezoso que nos envolvía cada momento que pasábamos en el interior del barco. Ahora tras unas semanas de viaje, me costaba más acostumbrarme a la quietud que se sentía en tierra firme.
Avanzamos por el puerto. Estaba rodeado de pequeñas edificaciones anaranjadas que cercaban la colina cercana, como un viejo dique, para separarla del mar.
No tuvimos que andar mucho para llegar al edificio ocre, vestido con toldos azules, que albergaba el restaurante que iba a ser nuestro punto de encuentro.
En la plaza donde montaban la terraza, ya había una larga mesa preparada, pude distinguir a algunos de nuestros amigos sentados de espaldas a nosotros. De cara, mis ojos se cruzaron con las miradas felices de Ingrid y Bruno. Ambos comenzaron a hacer gestos de saludo y no tardaron en unirse Claudia, Jordi, Alejandro y Georgina, que tras girarse hacia nosotros, también nos vieron acercarnos.
Saludamos efusivamente a nuestro grupo y tomamos el asiento que Ingrid y Bruno nos habían reservado junto a ellos.
Estábamos a punto de pedir cuando llegó Meri.
—Chicas, chicos, perdonad el retraso, ya sabéis que la puntualidad y yo no somos muy amigas —nos lanzó un gesto de saludo con la cabeza y tomó asiento junto a Rodrigo.
Cuando Bruno había tenido la idea de juntarnos en Portofino por las vacaciones, no había tenido mucha confianza en que fuera posible. Temía que a alguno de nosotros nos surgiera algún plan de último momento y la reunión no se llevara a cabo. Ahora mismo, viendo a todas estas personas, que junto a mi familia, se habían convertido en la gente imprescindible de mi vida, me daba cuenta de que si algo se quiere de verdad, se puede conseguir.
Todos habíamos deseado encontrarnos y compartir este fin de semana juntos. Se había hecho realidad.
Las charlas y las risas se convirtieron en la banda sonora de la reunión. Sentí una felicidad cálida que me subía de los pies a la cabeza. Era una sensación increíble sentirse tan querida y afortunada.
Hacía un par de años no era más que una chica del montón, con una madre increíble, que tuvo la suerte de conseguir una prestigiosa beca y cursar su último año en un internado (que imaginé lleno de pijos repelentes). Ahora, era la hermana mayor de dos chicos fabulosos y de una renacuaja traviesa, tenía un padre, un novio que me volvía loca y un grupo de amigos, de esos que se quedan en lo bueno y en lo malo.
No había sido fácil encontrar un equilibro entre el trabajo de Rodrigo y mis estudios. Pero la suerte nos sonrió y Rodrigo entró como protagonista en una serie histórica de la BBC que se rodaba en Irlanda, así que los kilómetros que nos separaban se redujeron considerablemente. Eso ayudó a que pudiéramos afianzar nuestra relación y que el tiempo juntos ya no resultara tan anecdótico.
Los obstáculos se habían ido salvando uno tras otro y tras estos meses incluso Esmeralda se había relajado y parecía resignada con la idea, de que su hijo eligiera él mismo sus papeles y a la chica con la que deseaba estar.
Mi orgullo y el prejuicio de Rodrigo y su círculo, había sido un muro difícil de flanquear, ahora todo el sufrimiento había quedado atrás y solo había lugar para la felicidad.
El resto de nuestra historia estaba aún por escribir, aunque tenía confianza ciega en que la madurez que habíamos ganado en todo este proceso fuera nuestra aliada.
Este era mi final feliz y estaba dispuesta a descubrir hasta dónde podía llegar.
FIN
9 comentarios en «Epílogo Primeras impresiones»
me ha encantado el epilogo, espero que lo añadas al libro
Muchas gracias! Esa es mi intención, añadirlo para una próxima edición que estoy planeando. Mil gracias por pasarte a leerlo!
Hola Vanesa.
No soy yo de redes ni estas cosas, pero como el sábado te pregunté y me comentaste del epílogo me pase por tu web y lo he leído.
Decirte que me a gustado mucho, como el libro en su día y que me quedo con ganas de más.
Un beso y nos vemos pronto.
Sabes quién soy ??
Hola, mil gracias por pasarte a leerlo. Claro que sé quien eres. Mi vecina, jajajaja! Mil gracias por darle una oportunidad a la historia. Besazos.
Que chulo el libro y el epílogo me ha encantado !!!
Muchas gracias por leerlo. Me hace genuinamente feliz que le hayas dado una oportunidad a la historia. Un besazo!
Me ha encantado. En su día me quedé con ganas de más… y ahora sigo queriendo más…jajaja
Jajajaja! De momento no va a haber más Sara y Rodrigo. Tienes la historia de Iris y Jon en Dos mitades perfectas de un todo y próximamente la de Lola y Leo de En el umbral de tu corazón.
Si…si…ya tengo el de dos mitades….me falta encontrar el momento, que cuando empiezo no quiero parar. Gracias.