En la penumbra del no-tiempo, donde los días se esconden bajo el manto de la ambigüedad, Vanessa se hallaba enfrascada en un duelo de ingenios contra la más astuta de las adversarias: la Página en Blanco. En el estudio, impregnado de la esencia de mil batallas literarias, su camarada de cuatro patas, Sirius, un braco de Weimar de ojos que rivalizaban con la profundidad del océano, se encontraba sumido en el letargo de los sabios.
El aire estaba saturado de la tensión de un clímax aún no escrito, mientras Vanessa, cuyo nombre evocaba imágenes de musas antiguas y hazañas valientes, blandía su pluma con la bravura de una guerrera de palabras.
—¡Ríndete, Página en Blanco!—desafió, sumergiendo su arma en la tinta con la solemnidad de un ritual ancestral.
El asedio comenzó con un arsenal de términos valientes: odisea, valerosa, travesía. Estos proyectiles lexicográficos zumbaban en el aire, anhelando adherirse al papel impoluto que, con una arrogancia silenciosa, repelía cada intento de ser mancillado.
Sirius, cuya sagacidad era solo superada por su elegancia plateada, emergió de su sopor con un bostezo que bien podría haber sido un sutil consejo, se posicionó como el Sancho Panza a su Quijote, el Watson a su Holmes.
Vanessa, con un espíritu reavivado por la muda exhortación de Sirius, tomó un sorbo de su té matcha, que prometía la claridad de un amanecer en su paladar. Armada ahora con una renovada osadía, comenzó su contraataque con una palabra que era en sí misma un estandarte: Valerosa.
La hoja, enfrentada a tal ímpetu, tembló ante el embate de la primera letra, y con cada palabra subsecuente, se iba rindiendo, hilera por hilera, ante el avance inexorable de una narrativa en ciernes.
El reloj, marcando las horas con la obstinación de un metrónomo, fue testigo de cómo Vanessa, con la gracia de una bailarina en su escenario, danzó a través de la narrativa. Sirius, ejerciendo su papel de centinela, vigilaba con ojos semiabiertos que nada perturbara la concentración de su dueña.
Cuando el crepúsculo se desplegó como un telón sobre el día, la hoja ya no estaba vacía, ahora era el mapa de un territorio recién descubierto, repleto de aventuras y giros insospechados. Vanessa, fatigada pero con la satisfacción de la conquistadora, se recostó en su silla para admirar la odisea que había traído a la existencia.
Sirius, con la compostura de la que le dotaba el haber sido partícipe en un acto de creación, se acercó para inspeccionar la obra con una mirada crítica aunque no exenta de orgullo. Con un gesto, que en el lenguaje universal de los perros significa un rotundo:
—Bien hecho— se acomodó al lado de su compañera de faenas.
Vanessa, con la certeza de quien ha triunfado sobre el abismo del bloqueo creativo, se levantó y Sirius la siguió, ambos moviéndose con la sincronía de un dúo que ha ensayado su danza durante años.
—Hemos vencido— murmuró ella, y Sirius, con la sabiduría de un alma que ha visto el mundo a través de los ojos de los poetas, asintió con un ladrido que resonó como un verso perfecto.
Juntos habían transformado el vacío en un cosmos de ideas, un testimonio de la batalla ganada con nada más que el ingenio de una escritora, la lealtad de su perro, y la alquimia del té matcha que era fuente de una inspiración inagotable.
Amiga escritora no te rindas, la lucha puede ser descarnada pero el premio merece todas las batallas. No dudes en compartir tu guerra en comentarios.