Ser escritora de romance en pleno siglo XXI es algo así como ser la Elizabeth Bennet moderna, pero sin los bailes en la mansión de Darcy y con más estrés por las reseñas de Amazon. Porque sí, aunque hoy en día podemos escribir y autopublicar nuestras novelas desde la comodidad del hogar, eso no quita que el romance siga siendo uno de los géneros más denostados en el mundo literario. Y lo peor de todo es que, mientras escribimos esos finales felices que hacen suspirar a más de una, tenemos que soportar las miradas condescendientes, como si nuestras novelas fueran poco más que un pasatiempo ligero.
A ver, ¿alguien se ha parado a pensar que Orgullo y prejuicio es el romance por excelencia? Jane Austen escribió una de las mayores historias de amor de todos los tiempos y, sin embargo, cuando dices que eres escritora de romance, la gente te mira como si hubieras confesado que tu objetivo en la vida es escribir la próxima película de Navidad para Netflix. . Spoiler : ya quisiera Netflix poder tener a un Darcy moderno en sus horribles películas de Navidad.
¿Y qué me dices de Cumbres borrascosas? Donde la relación tóxica entre Heathcliff y Catherine fue aceptada y hasta aplaudida como gran literatura siendo una de las primeras novelas de Dark romance . ¿Por qué? Porque el sufrimiento siempre ha tenido un pase VIP en el mundo de la crítica literaria. Si hay drama, desesperación, algún problema mental y tal vez una ventisca en el páramo, ¡bingo! Tienes un clásico. Pero si en nuestra novela los personajes se enamoran, viven un romance apasionado, y (¡horror!) tal vez hasta son felices al final, entonces es «solo romance». Vamos, que parece que el único romance aceptable es el que acaba como el rosario de la Aurora.
Que conste en acta que Cumbre borrascosas es una de mis novelas preferidas. Solo quiero puntualizarlo, porque esto no es una crítica a esa obra magnífica.
El problema, es que la palabra «romance» viene con una mochila de prejuicios que ni Darcy podría resolver con todas sus libras. Se supone que es un género fácil, cuando en realidad, escribir sobre el amor es una de las tareas más complicadas que existen. Ahí, intentando crear personajes tridimensionales que se enamoran, se rompen, se curan y crecen, todo sin caer en clichés excesivos, para que después te arruguen la nariz cuando dices que eres escritora de romance.
No es fácil hacer que los lectores sientan esa conexión con la historia y los personajes. La realidad es que escribir romance requiere más precisión que el duelo dialéctico entre Elizabeth Bennet y Darcy y eso ya es decir.
Pero lo más divertido de todo es que, a nivel de ventas, el romance es uno de los géneros más lucrativos del mundo. Y aquí estamos, las Emily Brontë modernas, contando historias que llegan al corazón, ya menudo se nos encasilla como escritoras de novelas que «solo entretienen». Como si hacer que alguien se ría, llore o crea en el amor no fuera un arte en sí mismo.
Y lo mejor es que nosotras sabemos algo que la crítica literaria parece olvidar: el romance es eterno. Desde el «amor imposible» de Romeo y Julieta hasta la apasionada relación entre Mr. Rochester y Jane Eyre , el amor siempre ha sido la fuerza que mueve a los personajes, y eso no va a cambiar por mucho que los críticos levanten las cejas.
Nosotras, las escritoras de romance, solo hemos cambiado las plumas por teclados, los bailes de salón por charlas en Instagram, y los caballos por una bicicleta Brompton. Pero, en el fondo, seguimos hablando de lo mismo: las emociones humanas más puras y complejas.
Así que la próxima vez que alguien te mire por encima del hombro por escribir sobre el amor, solo recuerda: Austen y Brontë te apoyan desde el más allá. Y mientras nuestras heroínas siguen enamorándose, enfrentando sus miedos, y encontrando a su Darcy personal (oa su Heathcliff, si te gustan los malotes), nosotras seguiremos aquí, escribiendo el tipo de historias que la gente no solo quiere leer, sino que necesita.
Porque, en el fondo, el romance es tan esencial para la literatura como lo es para la vida misma.